domingo, 18 de octubre de 2009

As de Tréboles

Hace mucho tiempo tuve un nombre. No era especialmente bonito, no significaba nada en particular. Pero era mío, y eso era suficiente.

Pero ese nombre sólo lo usaba yo, por que solo yo lo conocía. Nadie me llamaba, así que no era necesario que lo supieran. Por eso lo guardaba con recelo para que nadie me lo arrebatara y esperaba pacientemente a que alguien lo hiciese.

Un día salí a jugar. Rodaba y jugaba entre los tréboles hasta que una torpe caída me hizo reír hasta el cansancio.

Fue entonces cuando apareció. Un señor muy alto, con el rostro semi-oculto bajo la sombra de un gran sombrero chimenea (que realmente echaba humo en su cúspide). En alguna ocasión pude observar que sus ojos eran negros y brillantes, fugaces pero astutos, y sin embargo, melancólicos como los de un perro viejo.

Dijo que se llamaba Murphy, y que quería hacerme un regalo. Sus palabras exactas, más bien, fueron estas:

-Escuché su risa y vine a robársela. Sin embargo, habiendola encontrado a usted tan feliz entre esos tréboles, decidí reconsiderar mis intenciones. Tiene usted un aura inquietante, y la curiosidad me puede más que las metas prácticas. Sin duda me beneficiaré aún más de este encuentro a la larga. Así pues, si usted me lo permite –y con una casi imperceptible voz añadió “y si no es así también”- me dispondré a extenderle un contrato con el que saldremos ambos beneficiados.

-¿Qué es un contrato?

-Es un papel donde prometes cumplir ciertas cosas a cambio de otras.

-¿Y qué cosas son entonces?

Antes de responderme, un pergamino salió volando, entre el humo y las chispas de la copa de su chistera que se abrió para ese fin. El pergamino voló hacia abajo y fue atrapado por las ávidas manos enguantadas de Murphy. Me lo extendió y comenzó a citar algunas cláusulas del contrato. Yo lo cogí, sin prestarle atención, pues él la acaparaba toda.

- A causa de la naturaleza de este contrato, el negocio aquí firmado se realizará sin límites de espacio-tiempo establecidos. Sin embargo, el contrato podrá ser anulado en caso de que uno o ambos firmantes se desinteresaran por el mismo, y siempre que en dicho momento ambos hayan obtenido un beneficio equivalente.-dejó de pasear de un lado para otro mientras recitaba, y se volvió hacia mí- Sin duda espero, lo encontrarás sumamente justo, querida.

Si en ese momento me hubiera mentido sobre el contenido del texto, lo hubiera ignorado por completo, y tampoco me hubiera importado. Aunque seguía creciendo la curiosidad en mí.

-Pero ¿Qué podría yo darte? No poseo nada de interés.

-Oh, no os preocupéis por eso, querida. Os aseguro que tenéis mucho que ofrecerme, más que yo a vos. Firme, por favor.

En ese momento, no logré adivinar qué oscuros o cuan profundos significados guardaban esas palabras.

-Puesto que nos veremos muy a menudo, he aquí mi primer obsequio, con el cual inauguramos nuestra incipiente relación.

Se llevó una mano al interior de la solapa izquierda del esmoquin, y rebuscó en lo que al parecer era un bolsillo. Se detuvo un instante en el que recordó que yo seguía teniendo el contrato en mis manos. Me lo arrebató brusca pero educadamente con un “Ah si, muchas gracias” y se lo guardó en la solapa derecha. Después siguió buscando. Debía ser un bolsillo bastante grande, o demasiado lleno para que se demorara tanto.

-Aún no he firmado…

Se detuvo de nuevo y me miró con una pícara sonrisa.

-Claro que sí, firmaste en el mismo momento en el que te decidiste a hacerlo.

-¿De veras llevaba mi firma?

-Por supuesto, una firma muy interesante. Pero preciosa, debo decir. Ah sí, aquí está.

Y me tendió un naipe. El as de tréboles.

-Este es mi primer regalo. La Fortuna. A cambio, necesito que me cedas algo, una cosa que posees que necesito para llevar mi propósito a buen puerto y con ello cumplir mi parte del trato.

-¿Qué es?

-Tu nombre –y esbozó una sonrisa aún más pícara que las anteriores.