jueves, 31 de enero de 2013

Entrañas de pasión

Nota: Este relato erótico se hizo con la intención de que fuera jocoso, ridículo y exageradamente cursi horrendo. Si en algún momento experimentan vergüenza ajena, es más un halago que una ofensa (yo también la siento a veces cuando lo releo, tranqui). Además puede herir sensibilidades, así que si alguien se ofende tras leer el final puede mandar sus quejas sobre la violación de su moralidad y ética de lo políticamente correcto a meimportaunpito@correocaliente.com.


Su piel se estremeció bajo el sonido de un beso. Quiso hablar, pero sólo pudo esbozar un gemido ahogado. Sintió la caricia de sus ojos que recorrieron lascivos sus curvas malhadadas contra la voluntad de su legítimo dueño y como por fuerza de gravedad.

Ella encontró su mirada, sabía que la tenía en la palma de la mano. Pero fue indulgente y se la devolvió.
Aún débilmente, los cuerpos reaccionaban. Para entonces ninguno de los dos recordaba su hogar, su pasado o su nombre siquiera. A pesar de sus heridas y entrañas rotas, aunque vivieran una época caótica de aullidos, hambruna y destrucción. Nada de eso importaba ahora, ni la sed, ni el hambre, ni el calor o los huesos entumecidos y desgastados.
Pues lo que muchos llamarían un virus insaciable había tomado posesión de sus mentes, recorrían sus venas y erizaba sus vellos. Ya nada más tenía cabida en sus mundos, ni las circunstancias, ni la existencia misma.
Sólo existía la ternura de sus pieles rozando, la gentil mano del joven que con frío tacto se deslizaba por las caderas de la muchacha.

Lentamente él exploró la cavidad de su deseo, estudió su forma, sintió sus fluidos, y los gemidos se hicieron más fuertes. Por un impulso de la gula que ardía en su interior deslizó su rostro entre las piernas de ella y probó el néctar que amablemente regalaba al mundo. Su feminidad se abrió como una flor ante el roce de sus labios primero, sus dientes y lengua y todo a la vez y se deshizo en ellos.

Él era insaciable, ella solícita y perceptiva no había tenido reparos en mostrar lo más profundo de su ser.
Aquella enfermedad del corazón que ellos mismos sufrían había destruido cientos de vidas y  llevado a la locura y a la desgracia a tantos otros, pero la humanidad se había rendido a su poder, incapaz de combatirla, de comprenderla. Quienes caían en su embrujo nunca aceptaban sus consecuencias. Lo daban todo, lo arriesgaban todo sin ser conscientes de su ensoñación, de sus padecimientos. Olvidaban la razón, los recuerdos y sólo les importaba una cosa.

Pero ellos eran diferentes. Ellos se amaban de verdad, y habían decidido pasar el resto de sus días procurándose esa felicidad. Jamás una desdicha los había unido tanto a nadie. Cuando todo estaba perdido, ellos se encontraron ¿tan egoísta era hallar la felicidad entre los escombros y las penas?

Ella era la única que conseguía levantarle algo más que el ánimo, desde hacía mucho tiempo. Era un milagro la forma en que sus cuerpos se comunicaban mutuamente. No necesitaban palabras, ellos se ocupaban de eso. Un  ligero temblor recorrió los nervios de la joven, los mechones de su vello púbico se erizaban y sus mejillas ardían. El reducto más antiguo de su mente respondió a la estimulación también y suavemente la joven adoptó la postura de lordosis indicándole a su amante que estaba más que preparada. De espaldas a él, apoyada sobre las rodillas elevó su sexo y curvó la espalda, lo miró implorante y suplicó por más. Estaban muy mojados, de amor, de sangre, fuego y besos.

Él intentaba frenarse, pero en ese instante lo abandonaron las fuerzas, liberó su virilidad reprimida y penetró en la oscura seducción de su amada que se arqueó como un ciervo ante la embestida, para recibir todo su amor.
Guiados por los más primitivos instintos, ambos saborearon una parte del otro mientras los azotes continuaban. Él había perdido parte de una pierna en un tiroteo, cuando lo único que  deseaba era algo que llevarse a la boca.
Esa y otras tantas pérdidas hacían que mermasen sus capacidades físicas, pero no su ímpetu ni sus ansias. Ella le comprendía. También tiempo atrás había perdido muchas cosas, cosas importantes que ya no formaban parte de sí misma.

Pero un día olvidaron sus desdichas y se entregaron el uno al otro, ya no estaban incompletos, pues sus huesos y tejidos encajaban el uno con el otro como piezas de un puzzle. Él sintió en su miembro la calidez de sus entrañas y con cada embestida se adentraba más en los abismos de la lujuria, a dónde ella le guiaba mientras se deleitaba con las sensaciones que inundaban todo su vientre.
Cada bocanada de aire y mirada nublada alejaba de ellos la sensación de que aquella catástrofe, fuera cual fuera, les estaba pudriendo por dentro, y el dolor, la necesidad y el hambre  desaparecían poco a poco.
Sus sexos casi se consumían de lascivia bajo la fricción, el corazón de ella, aparentemente roto por las tragedias, estaba desbocado.

La intensidad del placer aumentaba sin retorno, y la muchacha se sentía a punto de explotar. Las sensaciones eran tan insoportables que su cuerpo no aguantó por más tiempo y se dejó ir entre unos fuertes temblores que esparcieron sus fluidos y la hicieron sentir que se partía en mil pedazos.
No mucho después, él replicaría a su amante, experimentaría un clímax y y se volcaría en ella, colmándola de deseo, alcanzando lugares de su cuerpo que nadie antes había tocado, recorriendo las cavidades de su interior, llenándola de amor.

Sabían que no volverían a pasar hambre, se alimentarían mutuamente y para siempre. Ya no necesitaban cerebros, ni pulmones, ni estómagos mientras sus corazones siguieran latiendo al mismo ritmo. Podían amarse eternamente, hasta que se convirtieran en polvo, mientras el mundo caía a su alrededor, consumido por la hambruna y la podredumbre.
Sólo a veces, un instinto aún más primitivo se abría paso en sus maltrechos nervios,  normalmente cuando llegaban al clímax. Cómo pretendiendo recordarles el sentido común otras necesidades placenteras, a alguno de los dos se le escapaba, entre gruñidos y dificultades:

-          ¡Ce...cereee…brooogh!- >sigh<.