domingo, 26 de septiembre de 2010

Mi cielo.

En un rincón oscuro habitaba la más antigüa de las emociones. Los hombres evolucionaron, la emoción no. Los hombres adquirieron iteligencia, perdieron fortaleza. La emoción permaneció allí.

Los hombres inventaron las palabras, las ciencias y las artes. Escribieron libros, compusieron obras y fundaron cultos, y complicaron todas las cosas.

Tomaron a la emoción, le pusieron nombre y apellido, la vistieron y maquillaron, le dieron múltiples papeles en múltiples obras. Trístemente célebre fue su carrera, cubierta de metales preciosos y despreciada, protagonista y antagonista. Todos la desnudaron en público, mostraron aquello en lo que la habían convertido y la señalaron despectivamente. "Es cruel, infame. Mira la desdicha de sus víctimas, que agonizan en silencio. No es digna, humilla y encadena a los hombres. Ya no la necesitamos más, somos superiores".

La emoción lloró, sintiose sola. Sin comprender por qué se le achacaba tal maldad, volvió a refugiarse en el rincón oscuro. Se avergonzó de sí misma y de sus defectos, pidió perdón por su inutilidad. A veces alguien la obligaba a salir. " Te necesitamos esta vez", decían. Desnuda y enmascarada, regresaba aliviada a su rincón y esperaba no tener que salir más.

Hasta que un niño llegó hasta ella, un niño que no la había visto nunca y que quedó mirándola sin mostrar rechazo.

"No saldré nunca más", dijo la emoción. El niño preguntó el por qué, y la emoción respondió que era indigna, sucia para los hombres, que no la necesitaban. A lo que el niño contestó " ¿ Y por qué habría de ser malo un instinto? No es indigno temer la pérdida de aquello que te permite sobrevivir."

La emoción sintió entonces una revelación. Cambió su nombre y su apellido, abandonó sus metales preciosos y recuperó su orgullo. Ya no le avergonzaba salir ¿quién si no les enseñaría a los hombres a necesitar y ser necesitados, a seguir persistiendo en el mundo?

Y esa noche, la niña se durmió, intentando contar las estrellas.