martes, 18 de agosto de 2009

Los devoradores de almas.

De un local indefinido surgía una canción lenta, protagonizada por la voz de una mujer joven que sonaba cansada. Según quien la escuchara, la melodía podía transmitir tristeza, calma o incluso sensualidad.

Para H, quien se vió a sí mismo en una situción similiar, la canción evocaba las deprimentes circunstancias de alguien que sobrevive a la noche, la miseria y la frialdad de una ciudad que ni duerme ni conoce los límites. En solitario, sorteando seres abandonados por un dios desconocido que buscan la suerte en el fondo de una botella, en un dragón de colores o en fantasías de un placer que nunca les será placentero. H vió a través de esa melodía estar caminando entre un campo de pasto humano, que imploraba por un devorador de almas que los arrancara de raíz.

En ese momento, H deseó con cada célula de su ser encontrarse en las antípodas de aquel lugar y ver por la televisión como ardía hasta los cimientos. Deseó otro lugar que no le diera la espalda a los sentimientos, donde pudiera cerrar los ojos y verse a sí mismo. Sabía que ese lugar solo estaba entre sus brazos. A miles de km de allí, donde sólo pudiera escuchar su respiración. En el paraíso.

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