lunes, 8 de julio de 2013

La diligencia

La conversación dejó un regusto amargo que culminó con un silencio incómodo. El traqueteo de la diligencia no hacía más que evidenciar su apatía, moviendo casi imperceptiblemente su cuerpo como al junco que se dobla y resiste el temporal. Quería y podía resistirlo.
Su acompañante por el contrario, parecía un roble. Inmóvil, impenetrable y austera,  recostada pesadamente en su asiento. Henry la miró de reojo y supo que acabaría tronchándose ante el envite del viento. Aunque todo indicara que era el joven el que se rompía.
Cada uno miró a ventanas opuestas, con expresión ausente, ignorando que tenían a una persona frente a ellos. El muchacho contemplaba, o lo fingía, el paisaje que tan lentamente se iba abriendo paso. Pensaba en muchas cosas, distintas, iguales, similares. Hilvanaba argumentos, se evadía. Pensó en todas las cosas que quería decir en esos momentos, y que nunca diría.

La mujer resopló.

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