lunes, 8 de julio de 2013

La estrella que cayó: historia de Luna.

Existió un vez, en unas tierras tan lejanas como el tiempo pasado, un rey loco prendado de la claridad. Bajo su mandato, las tropas celestiales arrasaron con todo atisbo de oscuridad, de fealdad o pobreza. Lejos de ser esto una metáfora, es la más triste consecuencia de las despóticas órdenes de un hombre, que cegado por la luz del amor insalubre y obcecado canalizó su obsesión hacia el exterminio de los males y las desgracias humanas de la forma más inhumana posible. Es este pues, el relato de un hombre derrotado, y también el de una estrella caída.
Las malas lenguas dicen, que en la región portuaria de Dalashktán creció el malhadado monarca. No entre palacios ni oros, ni entre piedras de atalayas o mármoles perlados. El niño Sham creció entre el hedor del mercado y las calles llenas de orín y podredumbre, saboreando el hambre hasta la última gota y recibiendo apenas aliento de su madre que debía dosificarlo entre sus otros seis hermanos. Tuvo sin embargo, una buena estrella que no sonrió a ninguno de sus otros hermanos ni a los otros cinco que su madre parió muertos.
A penas con seis años, un mercader pagó a sus progenitores 5 monedas por él y le ofreció la oportunidad de vivir entre sedas, algodón y lino. Quizá el mercader sólo necesitaba mano de obra barata urgentemente, pero no suficiente dinero como para comprar a alguno de sus hermanos mayores.
Desde la ventana de la nueva alcoba en donde ligeramente dormía, se filtraba la luz de los astros y los lamentos de las cigarras. A temprana edad, el monarca aprendió con sólo observarla el ciclo de la Luna, y también el de la vida, la muerte y la resurrección de la belleza y la luz. Escrutaba las arrugas grises del cuerpo celeste cuando era Luna llena, y cada día jugaba a encontrar las diferencias hasta que moría. Años después conocería a través de un ajado libro la historia de la Luna y su terrible condena.

Los textos, apenas leíbles y de forma escueta narraban la leyenda de una joven hermosa, de casa noble y  difícil carácter cuya osadía le costó la eternidad. De la estirpe de las sierras nevadas, su piel porcelánica era más hermosa que el más hermoso de los marfiles tallados. La gracia de su figura sólo era comparable a la amabilidad de su rostro, orondo y suave, coronado por dos grandes ojos que vestían la piel de los lobos de las montañas.  Sólo su cabello parecía salvaje, una melena de carbón rizado que flotaba en el aire.

Sin embargo, la naturaleza había compensado su belleza con el gran defecto del orgullo egoísta, y una solitaria infancia la convirtió en una tímida joven que ocultaba sus carencias bajo el desdén y la arrogancia. En su afán por ser la más hermosa, la más alabada y famosa del reino profanó vidas,  cometió delitos y se aprovechó del trabajo de otras personas para su imagen propia. Pero fue cuando blasfemó directamente contra la diosa Taeryth, que esta,  molesta por la conducta de la joven decidió finalmente castigarla.

Y el crimen fue terrible. Luna, cuyo mayor afán era destacar entre los demás viviría por siempre en el firmamento, en una posición privilegiada desde la que todos los hombres de la Tierra podrían admirarla por siempre. Sin embargo, su rostro estaría desfigurado, y como castigo por negar y ocultar a las personas realmente responsables de los méritos que había acumulado, sólo podrían verla durante la noche y su luz sería tan solo el reflejo de un astro mayor, cuya presencia borraría por completo la suya y hasta la eclipsaría.


Desde entonces, desolada y privada de consciencia, Luna cumple su tortura en el firmamento. Su obsesión por la belleza de su rostro y el miedo a ser vista sin ella la lleva a acercarse al océano una y otra vez para mirarse en su reflejo. Cada vez que lo hace choca contra la superficie y se hiere, volviendo asustada al cielo mientras se rompe en pedazos y finalmente se oculta. Pero la voluntad de Taeryth es firme, y se ve obligada a volver a su lugar mientras la magia de la diosa la regenera. 

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